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Un día en la vida de una persona con ansiedad

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No puedo explicar con certeza cuándo empecé a sentirme así. Ahora creo que fue desde niña. Hace tres años, en medio de una crisis en la que, literalmente, creí que iba a morir, entendí que eso con lo que había convivido toda mi vida no era normal. Busqué ayuda médica y fui diagnosticada con trastorno de ansiedad generalizada. Una enfermedad mental, algo difícil de asimilar. Con el tiempo aprendí que no es más que una alarma de mi cuerpo y mi mente pidiendo a gritos cambios radicales. En este artículo te cuento mi historia y cómo la medicina holística me dió herramientas para vivir mejor. ¿Quieres saber cómo lo logré? ¡Sigue leyendo!

 

Todo empezó un día normal, estaba feliz porque era el primer día de un trabajo muy importante. Al llegar, en un salón muy grande había unas veinte personas en diferentes escritorios, uno de ellos era el mío. Ahí sufrí el primer ataque de pánico. Comenzó suave, un pequeño mareo y un poco de pitos en los oídos, luego de tomar un café. Recuerdo que pensé que quizá estaba muy cargado. Con los segundos, el mareo empeoró y se convirtió en dificultad para respirar, opresión en el pecho, taquicardia y un llanto que no podía controlar. Me encerré en el baño, segura que me estaba dando un infarto. Tuve pánico de morir. Aunque nunca antes había sentido algo igual, el sentirme sola en un lugar lleno de personas, fue el detonante de un cúmulo de emociones que llevaban años gestándose en mi mente. 

 

Piensa en las diez personas más importantes de tu vida. Según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS),  tres de esas personas sufren, o lo harán en algún momento, un trastorno relacionado con la ansiedad: ataques de pánico, agorafobia, fobia social, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de estrés post-traumático o TOC, entre otras. 

 

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Ese ataque de pánico fue el detonante pero no era, ni de lejos, el inicio de mis problemas de ansiedad, ni tampoco fue la parte más compleja del proceso. A los siete años, me orinaba en la cama porque me daba pánico levantarme para ir al baño. A medida que fui creciendo, los síntomas fueron cambiando: necesidad de ser querida y aceptada, pensamientos catastróficos recurrentes, problemas comunes que mi mente magnificaba, miedo constante a todo y a todos que terminaban por manifestarse en pesadillas, insomnio, sudoración y apetito desenfrenado. Nunca nadie lo notó, porque toda la energía de mi vida la invertía en parecer una persona extrovertida, amiguera y amorosa, lo que me producía más estrés. Empecé a vivir para ayudar y complacer a los demás, pensando que haciendo que me necesitaran, iban a amarme. ¡No me daba cuenta que algo no estaba bien!

 

Pero continúo, el día de mi ataque de pánico, inventé una excusa y me fui sola a una clínica psiquiátrica. Ahí me dí cuenta que lo que sentía tenía un nombre y que no era la única a la que le pasaba. Solo saberlo me quitó un gran peso de encima. Y aunque creí que era el final, fue solo el principio. Con el diagnóstico y la medicación los síntomas empeoraron. 

 

Al poco tiempo, mi mamá enfermó y murió. Yo, que lloro hasta en los comerciales, me quedé en shock. Así que decidí que la mejor opción era regresar al trabajo, si no pensaba en ello, quizá no existiría. A los tres días colapsé y esta vez, intenté atentar contra mi vida. No hacer el duelo de forma correcta fue la gota que derramó la copa. El miedo empeoró y se juntó a la sensación de que en cualquier momento iba a morir. Pensaba en mis hijos, en mi familia, en mis sueños. Me atacaba sin aviso, en cualquier momento o lugar y me dejaba paralizada. No quería salir de casa y evitaba acercarme a la estufa, los cuchillos o cualquier objeto que representara un riesgo. Solo podía dormir si antes me tomaba un cóctel de ansiolíticos. Me sentía sola, completamente sola y desubicada. Ni siquiera mi esposo e hijos, con quienes convivía a diario, parecían entender que aquello que sentía era muy real. Era incapaz de concentrarme en una tarea. El miedo y la angustia no me daban tregua. Y dentro de mí, los pensamientos recurrentes que me atacaban y no era capaz de controlarlos. ¡Toqué fondo!



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Una noche me escribió una amiga para saludarme y me atreví a hablar con ella de lo que me estaba pasando. Ella había tenido una crisis similar hace poco, saberlo me alivió mucho. Nos sentimos totalmente identificadas. Ella me contó acerca de la medicina holística y me recomendó un profesional, con el que por primera vez me sentí comprendida, pensé que quizá había una luz al final del tunel negro y oscuro del miedo. 

 

Tratamiento holístico para la ansiedad

Empecé a asistir a psicoterapia holística, donde entendí que cada pensamiento es la semilla de una emoción y que es necesario “vaciar” todo lo negativo (pensamientos, emociones, hábitos) para poder sembrar y cosechar algo nuevo. Aprendí que el perdón es el mejor camino para sanar heridas del pasado y que yo tengo el poder necesario para transformar y gestionar las emociones que detonan mi ansiedad (y otras enfermedades como hipertensión e hipotiroidismo).

 

Ese fue el principio de una serie de cambios drásticos en mis hábitos y rutinas. Empecé a consumir alimentos ricos en antioxidantes, vitamina b, zinc, omega 3 y magnesio como aguacate, espinaca, salmón, espárragos, almendras, frijoles, frutas (manzanas, ciruelas y cerezas), bayas (moras, fresas, arándanos y frambuesas), verduras (alcachofas, col rizada, espinacas, remolacha y brócoli) y especies como la cúrcuma o el jengibre

 

Otro cambio importante fue organizar mis rutinas diarias para darle a cada cosa el tiempo justo y así tener tiempo libre para mi, empecé a hacer ejercicio físico, meditar, hacer yoga, mindfulness, escribir, escuchar música, leer o simplemente descansar. Me di cuenta que esto me ayudaba, no solo a aquietar la mente, si no que el miedo se disminuía. 

 

Finalmente, aprendí sobre las esencias florales, los compuestos homeopáticos y los aceites esenciales que me ayudan a controlar las crisis. Mi cóctel de ansiolíticos cambió por un botiquín más natural, con menos efectos secundarios; un compuesto de esencias florales: Mímulo, Lavanda, Cerasifera y Rescate; compuestos homeopáticos como Avena y Gaba QCH y un aceite esencial de cedrón.

 

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El trabajo personal de autoconocimiento y de cambio que he realizado en terapia no ha estado exento de dolor pero me he sentido acompañada y comprendida. Ha sido necesario ser muy constante y poner toda mi fuerza de voluntad para aprovechar la terapia, llevar a cabo los cambios de hábitos y no rendirme aunque los resultados no sean tan rápidos. El testimonio y apoyo de otras personas que habían recorrido un camino similar al mío resultó de gran ayuda. 

 

Ha pasado casi un año, la ansiedad no ha desaparecido ni ha terminado el trabajo personal que debo hacer cada día, pero el miedo ya no me domina, ni condiciona y no tengo ataques de pánico. Eventualmente los pensamientos negativos regresan, pero ahora tengo herramientas para transformarlos. No he cambiado por completo mis antiguos hábitos, pero ahora soy consciente del daño que me hacía y busco opciones diferentes. La terapia y el trabajo personal me han hecho consciente de múltiples actitudes y comportamientos que llevaba a cabo sin darme cuenta.

 

Finalmente, pude entender que cada caso es diferente y es necesario buscar apoyo de un profesional. Yo te comparto mi proceso pero te invito a que encuentres tu propio camino. Lo importante es que te des cuenta que no estás solo en esto y una vez que decidas pedir ayuda, no volverás a estarlo nunca.








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